Rufo llevaba ya varias semanas vagando por los bosques de Reinosa. Sus amos le habían abandonado y él no sabía por qué. Siempre había sido un perro fiel; llevaba tres años con ellos desde que un amigo se lo había regalado nada más nacer. Ahora era un mastín enorme y comía mucho.
Aquel día apenas había encontrado comida, ya era de noche y seguía buscando cuando encontró a un niño temblando de miedo y frío. Se acercó a él con cuidado de no asustarlo. El chaval se tranquilizó y sacó de su bolsillo un trozo de pan que repartió para los dos. Esa noche durmieron juntos y Juan (que así se llamaba el niño) no pasó ningún miedo.
A la mañana siguiente, Rufo, utilizando su olfato, encontró al guardabosques de la zona. Le llevó hasta el niño y el agente llamó a la guardia civil que rápidamente localizó a sus padres. Vinieron a recogerle y el niño les pidió que llevaran a casa a Rufo.
Desde ese día Juan y Rufo son dos amigos inseparables.
javier Díaz
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